Los Oscars 2015: El Caloret

Nuestra realidad, grosso modo, podría definirse como un pozo de miseria, números rojos, frustraciones y polvos fallidos. Escasean cosa mala los ganadores que se zafan del patetismo existencial generalizado. Por eso, ceremonias escapistas como los Oscars son algo más que un entretenimiento, son una raya de irrealidad directa a la tocha de una masa entristecida que sueña con sus deidades cinematográficas y sus trajes de marca o directamente aprovecha para vomitar todo su resentimiento sobre el Botox de fulana, la cara de gilipollas de mengana o el sudor farlopero de zutana.

Ceremonias escapistas como los Oscars son una raya de irrealidad directa a la tocha de una masa entristecida que aprovecha para vomitar todo su resentimiento sobre el Botox de fulana, la cara de gilipollas de mengana o el sudor farlopero de zutana

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Hasta ahora, me ceñía a ver la versión en diferido debidamente editada y a vivir que son dos días, pero por cuestión de trabajo este año tuve que desvirgarme y engullir la ceremonia enterita hasta las 6,30 de la mañana. Sin estimulantes. Estos son los momentos más absurdos que decidí apuntar en mi bloc de notas. Así procesó mi cerebro cinco horas de castigo hollywoodiense. ¿La conclusión? Hay que escuchar a Rita Barberá.

 

Maldito  control antidoping

Pero, pero, pero… ¿Controles antidoping en una entrega de premios que desde tiempos inmemoriales se ha construido sobre montañas de nieve y lagos de whisky? Es la única explicación que tengo para semejante demostración de beatitud en el comportamiento del zoológico hollywoodiense. Ninguna mandíbula en modo trampa para osos, ninguna declaración chalada post-clencha, ningún discurso de agradecimiento avivado por la hierba. Una ceremonia como esta no es ceremonia ni es nada sin un par de globazos documentados. Pensé en James Franco con la risa tonta y los globos oculares pidiendo un manguerazo industrial de colirio. En Meg Raya. En Jack Palance entregándole el Oscar a Marisa Tomei por los santos cojones de Jack Daniel’s. En Johnny Depp, pues eso, siendo Johnny Depp. Ni de coña. El tinglado discurrió en un tono ceremonioso, quedo y discreto. Sobredosis de sobriedad. Solo pude detectar los efectos luciferinos del césped de la risa en el semblante agarrotado por Dios sabe qué hierbajo de Ellar Coltrane: cualquiera diría que el crío de “Boyhood” se ha tirado doce años durmiendo con un cogollo bajo la almohada.

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¿Controles antidoping en una entrega de premios que desde tiempos inmemoriales se ha construido sobre montañas de nieve y lagos de whisky?

La noche de John Travolo

“Y en la iglesia entró el loco. Y el cura detuvo la oración. Y los puritanos miraron al suelo, avergonzados. Y el loco pataleó, babeó, gruñó. Y todos sintieron las cuchilladas de la vergüenza ajena, como la cólera de un Dios enfurecido, como una espada candente atravesando sus entrañas”. Este pasaje profético de la Biblia de los Arcanos Negratas de Oprah no va errado, pues describe perfectamente lo que pasó con el cada vez más repulsivo pellejo de John Travolta, John Travolo para los enemigos. No satisfecho con enviar a la ceremonia de los Oscar a su muñeco del Museo de Cera de Madrid, lo que queda del actor se dedicó a cosechar el más absoluto desconcierto, apretando a las actrices que se cruzaban en su camino como si estuviera probando la blandura de un espetec. Sin tiempo material para sacar el spray antivioladores del escte, Scarlett Johansson sufrió la furia del chalado, que la besuqueó a traición ante las cámaras dejando un rastro de aro de cebolla en su mejilla. Aunque bien mirado, había algo que producía todavía más estupor que el errático comportamiento de John Travolo: hablo de la forma de vida peluda y palpitante que reposaba sobre su cabeza y muchos confundieron con su pelo. Creepy.

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No satisfecho con enviar a la ceremonia de los Oscars a su muñeco del Museo de Cera, lo que queda de John Travolo se dedicó a cosechar el más absoluto desconcierto, apretando a actrices como si estuviera probando la blandura de un espetec

Neil Patrick Harris tiene un cipote considerable, pero me quedo con Albert Serra

Lo peor de la ceremonia no fue su ritmo decreciente, fue la suavidad de la bromas. Neil Patrick Harris es un tipo solvente, da la talla en el escenario, es mucho mejor que Ellen “Chelo García Cortés” DeGeneres, pero el problema es que hubo poco espacio para el cachondeo… y cuando lo hubo la sangre no salpicó. De todos modos, aunque los guiones no le acompañaron, durante el homenaje a la escena de los calzoncillos de “Birdman”, Neil pudo someter su bolsa escrotal al juicio impenitente de tropecientos millones de televidentes. No hubo quejas: bajo la tela blanca se adivinaba un misil tierra-aire de enormes proporciones. Y la verdad es que el tamaño de sus cojones fue muy superior al de los cojones que le pusieron los guionistas a sus chistes. Propongo para la próxima entrega de premios al único ser humano y director de cine al que le sobran precisamente cojones para decir públicamente que metería a todos los actores en Guantánamo. Cuando pienso en el daño que Albert Serra podría haber infligido a ese patio de butacas como conductor de la gala, noto en la lengua el amargo sabor de otro actorcidio perdido.

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 Jared Paletto: mala pinta desde el 11-S

Jared Paletto se presentó a la gala disfrazado de algo y con un paraguas. Lo más chocante es que no parecía haber dormido desde la última ceremonia de los Oscars y no parecía haberse lavado el pelo desde al atentado de las Torres Gemelas. Silkience, Sistema Llongueras, H&S, Herbal Essence, cualquiera servirá, Jared.

He estado en geriátricos que parecían un concierto de Darkthrone al lado de la ceremonia

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Qué tiempo tan gagá

La fiesta de los Oscars encerró menos peligro que una excursión de l’Avi Turista a Polinyà; he estado en geriátricos que parecían un concierto de Darkthrone al lado de la ceremonia. Allí olía a faja, loción de afeitar barata y humo de pipa. Incluso un bicho tan iconoclasta y chalado como Lady Gaga inhaló los vapores gerontofílicos de la gala y salió al escenario convertida en Lady gagá, una señora mayor con atolones de laca solidificada en la cabeza y el peinado de Bibi Andersen decolorado a conciencia: podría pasar por la mejor amiga de la senyora Rius. Eso sí, aplaudo que la diva llegara a la alfombra roja con los guantes del servicio de limpieza puestos, después de haber repasado con KH-7 todos los bidés del Dolby Theater. Se agradeció el detalle, aunque generó falsas expectativas para la actuación de la tieta. Muchos esperaban un show marca de la casa, con la gagá con un bote de lejía Conejo en la cabeza y una fregona atravesada en el tabique nasal, pero resulta que se encontraron con la Barbie de Concha Velasco. Si no fuera por los tatuajes que lucían sus bíceps Enrique Tomás, cualquiera habría dicho que Julie Andrews era la hija y Lady gagá, la madre.

La fiesta de los Oscars encerró menos peligro que una excursión de l’Avi Turista a Polinyà

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¿Meryl Speed? Hasta el mondongo de la Farlópez

Meryl Streep, Meryl Speed para los enemigos, es una anchoa de lo más jugosa para las cámaras. Y la señora encantada. Se gusta. Pero se gusta sola. Apuesto a que nadie tuvo los bemoles de decirle que tendría que soportar durante las cuatro horas de ceremonia a Jenny Farlópez a su lado montando el numerito de “somos super amigas y nos lo estamos pasando mejor que todos vosotros, miserables”. Meryl estaba a su rollo, es gallina vieja, se le nota con la displicencia de las yayas que hace tiempo que están a la greña con el mamoneo. Pero la Farlópez estaba pesadísima, le robaba plano con sus aspavientos y reacciones sobreactuadas, le lanzaba ventiscas al crepado cada vez que las tetas se le movían en el escotazo. No hubo manera de que Farlópez entendiera que la Speed NO es su amiga (ni está en su agenda serlo). Porque Meryl sería capaz de comer cosas que harían vomitar a una cabra y tú no, Jenny. ¿Love don’t cost a thing? De eso nada, monada. Quieres el amor de la Streep, pero el amor de la vieja bruja cuesta. Y aquí es donde vas a pagar. Con sudor.

Mientras en el Dolby Theatre había hostias para pronunciar el discurso de agradecimiento más gris y previsible, en Valencia un Dios primigenio de la oratoria con la voz de Smaug después de seis días de fiesta en Spook Factory daba una lección de lo que tiene que ser un discurso de verdad

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Rita Barberà tiene que dirigir la gala del 2016

Resulta que hemos tenido que llegar al 2015 y ver al capitán Kirk llorando como una niña durante a la actuación de Common y John Legend para enterarnos de que Estados Unidos es un país racista. Y por lo que contó Patricia Arquette, las mujeres cobran menos que los hombres en Hollywood. Vaya contubernio, por Dios. Y da igual que nos olvidemos de los problemas de los inmigrantes, siempre aparecerá Sean Penn con cara de oler un cagarro para recordárnoslo. En una de las ceremonias más reumáticas, conservadoras y con aroma de pis de los últimos años, tuvimos más reivindicaciones que en un mitin de Podemos. Mucha trascendencia y muchísimo aburrimiento. Lo bueno es que mientras en el Dolby Theatre de Los Angeles había hostias para pronunciar el discurso de agradecimiento más gris y previsible, en Valencia un Dios primigenio de la oratoria con la voz de Smaug después de seis días de fiesta en Spook Factory daba una lección de lo que tiene que ser un discurso de verdad. Un amasijo hiperdenso de carne compactada en una chatarrerría klingon, un crepado interdimensional forjado en un colisionador de hadrones, un collar de perlas extirpadas de ostras prehistóricas de doscientos kilos, simplemente RITA. ¿Es que no lo veis, humanos? Los patinazos silábicos, los giros en lenguas muertas y los indescifrables jeroglíficos de algunos fragmentos de su discurso en la Cridà no deberían oscurecer el mensaje. Aunque no la escucharon, Rita Barberá estaba enviando a los organizadores de los Oscar la clave para hacer una gala cojonuda: caloret, joder, caloret.

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