Me voy al Primavera Sound

Dije que nanai. Que este cuerpecito de 70 kilos no podría resistir otra golpiza lisérgica, otro apocalipsis renal de cerveza de barril. Que fueron muchos kilómetros dándole al pendoneo, saltando de escenario en escenario sin tener ni idea de quién tocaba, mucho jijiji, jajaja… Esas cosas absurdas que hacemos los que vamos al mejor festival del mundo con la camiseta de Postureo puesta. El año pasado, el Primavera Sound causó tales estragos en mi organismo, que durante 7 días me dediqué a agonizar en modo ultratumba, convertido en un gremlin a medio camino entre M. Valdemar, Belén Esteban (época Dani DJ) y Chris Bale en “El Maquinista”.

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Reducido a un tartar de músculos flácidos, costras, hematomas y quistes tóxicos, mi cuerpo se rebeló ante la orden de reengancharse a la realidad horas después de haberse dejado 5 años de vida en el Fòrum. ¿El resultado? Una semana garabateando pollas en Post-its en la oficina, llorando por la serotonina perdida, rezando para que la disfunción eréctil fuera temporal…

“¡No voy nunca más a un festival, joder! Me hago viejo para estas cosas”. Lo dije convencido. Pero, ah, el Primavera Sound no es un festival. Es más importante que la salvaguarda de tu organismo. Es como la Coca-cola original: siempre dices “nunca más”, pero acabas volviendo a esa lata fresquita rebosante de azúcar. El PS no te suelta así como así, chaval.

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Porque el Primavera Sound te pone siempre en tu sitio. Aquí, la única verdad es que mi novia tenía la entrada de esta edición comprada desde 1998, y lo siento mucho, pero no tengo ninguna fórmula que pueda contrarrestar el poder de la churri. Hay que ir al festival y punto. Y es que el PS es tu psicólogo más crudo: no solo te hace ver que eres un mentiroso y un bocazas, con tus amenazas vacuas de no volver, sino que también funciona como perfecto barómetro para conocer tu nivel de calzonazos.

PS es tu psicólogo más crudo: no solo te hace ver que eres un mentiroso y un bocazas, con tus amenazas vacuas de no volver, sino que también funciona como perfecto barómetro para conocer tu nivel de calzonazos

En cuanto hayas asumido que eres un bicho patético y nunca más volverás a faltarle al respeto al PS, ya te habrás liberado de pamplinas y estarás preparado para afrontar una cruzada de tres días que, en el caso de un señor mayor de 39 años como yo, debe ser planeada con el tiento de una excursión del Imserso a Catalunya en Miniatura. Por mucho que te lo repitas, nunca te haces viejo para este festival. Pero no es menos cierto que tu edad es inversamente proporcional a tu capacidad para sobrevivir a las resacas. Por eso, esta vez iré preparado. Me armaré. Tendré un jodido plan. Se acabó lo de dibujar pollas en Post-its en el trabajo. He aquí las líneas maestras para salir indemne del festival y llegar vivo y sin secuelas a los 40. Me voy al Primavera.

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Tacataca: No le tengas miedo al tacataca o andador para ancianos. A las 5 de la mañana del domingo, cuando todo el mundo esté exhausto, hecho jirones, tiradísimo, tú seguirás tan fresco gracias a la ayuda inestimable de este objeto ortopédico.

Una foto de Falete desnudo: A los 39 ya te puedes considerar un viejo verde, y si hace calor, en el Primavera abundan las mozas y mozos en shorts, bermudas, camisetas de tirantes, brrr… Para evitar la tentación de la carne, y ataques de priapismo inoportunos, nada mejor que llevar en la billetera una foto de Falete desnudo y observarla un par de segundos: ducha fría en Siberia es quedarse corto.

Pipas: A los yayos nos encantan las pipas. Las esperas entre concierto y concierto en el VIP no serían lo mismo sin esa bolsa de pipas Caprabo y ese cric-cric hipnótico. Y que sean sin sal, que no estamos para jugárnosla.

Lexatin: No salgas de casa (ni del after) sin él.

Libros motivacionales de Josef Ajram: Último día de festival. 3 de la madrugada. El muro. El momento en que quieres dejarlo todo porque te duelen hasta las uñas. Pero quieres llegar a la sesión de clausura de DJ Coco y por eso llevas un libro motivacional de Josef Ajram en el bolsillo. Una lectura en diagonal de la obra y ¡boom! Where’s the limit, preguntas. ¡Hasta que cierre el Fòrum y más allá!

Ropa de viejo: Que a estas edades, pasa una corriente de frío y no lo cuentas. Gorra de fieltro de cuadros. Tabardo verde botella. Rebequita gris. Jersey de rombos de acrílico. Camiseta Damart Termolactyl. Pantalones de tweed. Botines estilo Fary. Paquete de mentolados. Y monóculo, qué diablos.

Hipster, hay que decirlo más: La palabra hipster tiene poder en el PS. Puede ser muy útil para evitar la violencia física necesaria para acceder a zonas superpobladas. Si dices hipster muy alto, si repites la palabra una y otra vez, verás que se forma un vacío a tu alrededor de un radio directamente proporcional a la cantidad de veces que la pronuncies sin el menor atisbo de vergüenza ajena. Dila orgulloso y crearás una incomodidad tan colosal entre los espectadores hipsters que no se reconocen como hipsters –es decir, la mayoría- que conseguirás quedarte solísimo. Funciona.

Hipnosis antivicio: Si la hipnosis para dejar de fumar y comerte las uñas te ha ido de perlas, diablos, aplícate la misma lección con la nieve.

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VIP a muerte: A partir de los 35, el VIP deja de tener el componente exclusivista que tanto nos gusta a los fakers y pasa de ser una pulserita para fardar a tu maldito bote salvavidas. Tienes una edad y mear en un urinario colectivo rodeado de críos implica ponerte gafas de buceo para no recibir salpicaduras de pis ajeno en el iris. ¿Y las colas masivas en las barras? Nah, el VIP es sinónimo de lavabo limpio y accesible. En la VIP hay asientos y hamacas en las que combatir el reuma. En el VIP está Fernando Porres. En el VIP las birras saben mejor. Si pusieran una pista de petanca y una señora tomando la presión arterial, ya sería la hostia.

James Blake para follar: Sabes que siempre funciona. Marca en rojo la actuación de James Blake en el programa y llévate a tu pareja a verle. Si el vozarrón del cantante inglés y los graves perineales de su música no os ponen a tono, la palabra es divorcio.

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Protector bucal: El típico colega trancero que va metiendo mitades y cuartitos en la boca de sus amigos sin preguntar. El típico colega que te hace tragar esa mierda sí o sí. Protector bucal de baloncesto y el cuartito maligno jamás alcanzará tu gaznate.

Toallitas húmedas: Se conoce que a medida que se acercan los 40 vas perdiendo control sobre tus esfínteres. Sea por el corte con laxante o por la fritanga, uno siempre se encuentra con un apuro intestinal en los festivales. Y si ya es humillante soltar la pedrada en una váter químico con la linterna del móvil como única ayuda, todavía lo es más limpiarse con servilletas o el libro de Víctor Lenore. ¿Solución? Se llaman toallitas húmedas, las puedes comprar en Eroski y te dejan el ojal como si te lo hubieran blanqueado con un cañón láser.

Nunca digas nunca jamás: Pues eso, este será mi último primavera Sound, pero no el último en el que lo diga. Hasta el año que viene.

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