Un sábado en Ikea. Diario de un superviviente

By jueves, septiembre 17, 2015 3 , , , , Permalink

Cae esa lluvia de mierda que te hace sentir ridículo con un paraguas, pero te cala el hoodie hasta volverse molesta; es una llovizna que hurga y hurga, la muy cabrona. Llega el tren. Sábado, 8 de la tarde. Me encuentro en la parada de Plaça Espanya, a punto de coger un ferrocarril que me llevará hasta Fira/Europa. Voy camino a Ikea.Se abren las puertas. Una neblina pringosa de humedad, sudor y halitosis me contrae el rictus como un lecherazo de pomelo en la cara. Me queda media hora para llegar, pero ya en este lejano andén me percato de la magnitud de la contienda: el gigante sueco me está enviando un mensaje disuasorio en la distancia en forma de muchedumbre rota.

Almas quebradas se dirigen a casa por inercia, arrastrando bolsas azules rebosantes de utensilios inútiles

El tren vierte montañas de cuerpos torturados que Ikea ha masticado y escupido como cualquier mamífero cuerdo debería hacer con sus albóndigas suecas. Almas quebradas se dirigen a casa por inercia, arrastrando bolsas azules rebosantes de utensilios inútiles, cogiendo a sus hijos por los pelos, gritándole insensateces a la suegra. Ikea me desafía: “Mira cuánto juguete roto. ¿Tienes lo que hay que tener para venir un sábado, chaval?”. Por las pelotas congeladas de los trols de Älmhult, juro que moriré con la espada (o en su defecto con un lapiz de Ikea) en la mano.

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Bienvenido a la República Independiente de tu p%$!# madre    

El cielo tiene el color de la pantalla de un televisor sintonizado en un canal muerto. Bajo este dosel victoriano, el edificio Ikea de L’Hospitalet te hace sentir como una cucaracha insignificante. Es un zigurat azul ciclópeo que curva la luz de las farolas y te arrastra a sus tripas con el tirón gravitacional de un Falete masivo del tamaño de un millón de soles.

Sabes que vas a ser triturado allí dentro, como Rompesuelas en Tordesillas, pero entras cual toro, guiado por unos glifos en forma de flecha que desde el suelo te marcan el camino. Es el primer truco de prestidigitación de Ikea: empaparte de una falsa sensación de libertad. A lo que tú llamas libre albedrío, Ikea lo llama control mental de las masas.

30 ROCK -- "Hey, Baby, What's Wrong?" Episodes 605/606 -- Pictured: James Marsden as Criss -- Photo by: Ali Goldstein/NBC

Ninguna decisión te pertenece; todos tus movimientos responden a una coreografía milimetrada por el monstruo. Por muy descoyuntadas que sean tus rutas, por mucho que intentes arrancarte el yugo, el titán escandinavo mueve los hilos de tu destino, te embriaga con una danza laberíntica por sus instalaciones: cuanto más libre te sientes en este universo sin paredes, más flechitas y carteles subliminales aparecerán a tu paso para recordarte que tito Ikea es quien maneja el joystick.  DSC00045

En este contexto de control mental a la sueca, cada sábado tiene lugar en Ikea un ritual salvaje, una migración colosal de ciudadanos que abandonan sus hogares apresuradamente y se llevan a toda la familia a la macrotienda, como si fueran a PortAventura o a los conciertos que organiza Justo Molinero. Lo que días antes era un comercio, en sábado se torna una olla a presión rebosante de críos maleducados que aporrean el mobiliario y te sueltan codazos en los huevos. Matrimonios de mediana edad al borde de la hiperventilación recuperando el aliento en la sección de butacas. Abuelas extraviadas, en shock, vagando presas de la hiperestimulación por los senderos imaginarios que trazan las flechas. Estudiantes procedentes de pisos compartidos en busca de mesas y sillas que, entre porro y porro, tardarán mes y medio en montar. Señoras gordas sabelotodo que se creen en posesión del canon universal de la comodidad y, con solo pasar la uña postiza por el sofá que más te mola, te dicen que lo que vas a comprar es una mierda. Y así toda la tarde.

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 Ikea: ciudad de vacaciones (infernales)

Hay gente que va a pasar el sábado a Ikea. Cuanto antes aceptemos esta realidad antes perderemos el medio gramo de fe que nos queda en el ser humano. Hay familias numerosas, que invaden un salón, una cocina, un dormitorio de postín y se hacen fuertes hasta bien entrada la tarde. Hay cocinas fake con críos sentados a la mesa. Señores que abren la nevera de atrezzo como si fueran a encontrar un Tupperware lleno de arroz con sepia. En los módulos de salones, encuentras parejas de la tercera edad hundidas hasta la papada en el sofá, mirando fijamente un televisor de mentira, como si pudieran arañar los últimos minutos de “Qué Tiempo Tan Feliz” antes de ir a pagar las cortinas de baño de sus nietos. Seguro que los trabajadores de Ikea se han encontrado cagadas y tampones en los váteres, pelos en los desagües, cepillos de dientes en los tocadores.

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Lo más rocambolesco de la república independiente de la casa de la guasa es que hay más tensión que en los camerinos de “Tómbola”. La lógica te lleva a suponer que la gente se tira todo el sábado ahí porque es más feliz, pero no se respira precisamente un clima de concordia en la planta de accesorios – la más salvaje y peligrosa-, es más, abundan parejas jóvenes en busca de objetos para su nidito que terminan al borde de la agresión histérica. Llegan vírgenes al matadero escandinavo, todo buenos propósitos, pero ese amor que parecía indestructible en la entrada de la tienda se pudre y se pudre a medida que los amantes se adentran en el laberinto escandinavo. Reproches. Malas caras. Hace tanto que no siento nada al hacerlo contigo… Ikea destroza parejas felices en cuestión de minutos. Y les saca la pasta en el proceso.

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Es el encanto sadomasoquista de este lugar. Ikea se limpia la roña de las uñas con nuestra felicidad, es más: nos quiere crispados y hechos añicos. Sabe que la histeria hace que compremos más y peor. Encima, juega con el perverso placer que produce la superación de torturas físicas y psicológicas imposibles. Salir vivo de Ikea un sábado es como acabar la instrucción de los marines o ir a una conferencia de Fernando Savater y no volarte la tapa de los sesos. Es una versión doméstica de “La Chaqueta Metálica”, pero su fusta es mil veces más democrática: golpea las nalgas de adultos, niños, abuelos y votantes de Podemos por igual.

Albóndigas, carritos, contracturas y perritos calientes

Nunca un sábado fue tan lunes. El estrés es muy serio. A la media hora, Ikea ha conseguido sumirme en un estado de agitación canina. Y no entra en sus planes dejarme escapar. Intento desandar mis pasos, salir, ¡no puedo más! Pero como si estuviera en una escena de “Cube”, Ikea se rearma a mis espaldas como un cubo de Rubik pesadillesco, me hace caminar en círculos. Da igual el empeño que le ponga a mi huida, ¡siempre aparece la dichosa flecha indicando el camino!

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Ikea no deja marchar así como así a las ratas como yo. Si entras, tienes que superar el rito de principio a fin, culminar la transformación. Lo asumo y me dejo llevar. Así es como llego a lo que parece el comedor de una prisión armenia. El restaurante de Ikea en sábado es un vórtice mareante de decadencia y desaliento. Camisas de manga corta. Ojeras. Olor fortísimo de comida de presidiario. Albóndigas compactas y negras como mocos de polución. Una salsa marrón que ahuyenta a los malos espíritus. Digo no. Veo que ofrecen otro plato que también debería ser la piedra angular de cualquier dieta sana: codillo asado por enanos oscuros en de las brasas fatuas de los bosques de Orkeljunga. Antes comería en La Sureña, pero el lugar está lleno. Algo me dice que hay personas que solo van a Ikea para pasar la tarde en este restaurante. Eso sí, en este comedor soviético la sensación de derrota es irrespirable. La gente sabe perfectamente que está zampándose chapapote y lo acepta con la nariz pegada al compuesto que palpita en la bandeja. Hay ojos vidriosos. Rictus desencajados de padres de familia que harían llorar a Fernando Ónega. Hay dolor, joder.ACzrf255IRjoI

Cómo no va haberlo si después de perder la cordura eligiendo muebles entre una multitud sobrexcitada y bajarte unas albóndigas demoníacas por el gaznate, Ikea te obliga a cargar el material en una nave industrial kafkiana, infinita, surcada por amenazantes carritos de hierro macizo hasta los topes de objetos contundentes. Si no te tumba el carrito de otro piloto suicida, lo hará el mueble que transporta, pero ten por seguro que saldrás de ahí con un más hematomas que Rihanna después de apagarle la Playstation a Chris Brown en plena partida.

Y eso que todavía no he pagado. Y eso que todavía queda lo peor. Una cola interminable en la caja. 35 minutos de espera. Impulsos homicidas reprimidos de puro milagro. Una contractura me atenaza la espalda mientras pongo una vajilla en la caja registradora. Y cuando parece que la broma macabra ha terminado, Ikea decide recordarme quién es el perro y quién es el amo.

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Segundos después de pasar la Visa, me encuentro con una visión turbadora. No doy cerdito. Los supervivientes consumen sus últimas fuerzas para volver a meterse en una otra cola interminable, la de los perritos calientes, unos perritos que de ser lanzados a un estanque acabarían con la vida de todas las carpas. Así es, la humillante recompensa que Ikea ofrece a los soldados que han superado el trance es un hot dog decadente, templado, coronado por unos pepinillos agrios que parecen respirar.

Dejo a la gente entretenida con los jugos de la salchicha alienígena y por alguna razón pienso en un grupo de zombies delante de una bandeja de cerebros. No miro atrás. Diviso la salida y huyo corriendo. Llanto nervioso. Psique resquebrajada. Llueve a cántaros. De repente, unas siluetas contrahechas surgen de las sombras y me lanzan tarjetas de visita como si fueran shurikens. Transportistas ilegales se mueven en manada en busca de una presa fácil. Los oigo en todas partes. Ya están aquí. No será fácil volver a casa.

3 comentarios
  • Daniel Arenas
    septiembre 17, 2015

    Brutal…exquisit…deliciós …

    Plorera

    Gràcies McAlister!

  • Xavi
    septiembre 21, 2015

    Molt bon article! just dissabte vaig anar-hi i em sento 100% identificat!

  • Pat
    septiembre 26, 2017

    Muerta de risa y de rabia!! Totalmente cierto eres carne de monólogo !!

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