La putas cenas de empresa: deconstrucción de un infierno necesario

By miércoles, diciembre 16, 2015 1 , , , , Permalink

No será fácil decir que no. Cuando venga la señora de recepción y te pregunte si te apuntas a la cena de empresa, aguántale la mirada de manatí, átale los tobillos con el cable del iPhone y cuando se desplome cual saco de berzas, métele un calcetín en la boca. Solo así podrás librarte de la dichosa cena; un ritual atávico, más antiguo que el cagar tras los cardos borriqueros, instaurado por los mismísimos hados del capitalismo tiempo ha, con la finalidad de controlar los estallidos psicóticos de sus abejas obreras.

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Compartir un espacio reducido con un rebaño de personas durante 8 horas seguidas, 5 días a la semana, es una obra lenta e inexorable de demolición de la psique. El confinamiento humano desgasta cosa mala: halitosis, caspa y sudor axilar son los ingredientes de una atmosfera agria en la que se cocinan a fuego lento los odios, tensiones y envidias más corrosivas que puede secretar un adulto. Odiamos la oficina, a los tipos que la comparten con nosotros y, salvo raras excepciones, el trabajo que nos toca hacer cada maldito día. Si no fuera por el cheque en blanco de las cenas de empresa, acabaríamos convirtiendo nuestro espacio laboral en la peor escena de “A Serbian Film”.

Bacanal sanadora

¿Qué sentido tiene compartir una velada humillante con la gente de las que estás harto? ¿Por qué puede costarte la repudia de tus colegas decir que no a una cena de empresa? Pues porque hay que ir. PUNTO. Como la mili en los 70.

Lo cierto es que la cena de empresa es una estrategia brillante, y se presenta como una necesidad vital para no acabar en las páginas de sucesos: es la fina línea que impide al mileurista entrar en la oficina con la metralleta gatling de “Predator” y dejarse llevar. Toda la frustración, resentimiento y estrés que se va acumulando sobre la giba del proletariado a lo largo del año tiene que salir por algún sitio, y de eso se encargan las dos o tres comilonas salvajes de cada temporada.

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Consentidos y en muchos casos patrocinados por la propia empresa, los horrores de la carne que acontecen en estas misas negras son sanadores. Con la inestimable ayuda del garrafón más nocivo, animado acaso por alguna línea de perico, el trabajador reprimido libera sus demonios, a sabiendas de que nada de lo que haga en dicha velada repercutirá en su situación laboral. Son las reglas del juego de la cena de empresa.

Todas las rencillas, conversaciones pendientes y frustraciones por sexo no correspondido estallan en esas cuatro horas. ¿Se te revuelve el estómago cuando ves el peluquín de tu jefe? Díselo todo ciego, no solo no te lo reprochará, te agradecerá incluso que lo hagas allí y no en horas de trabajo. ¿Hace meses que sueñas con el culito de la directora de recursos humanos? Tócaselo, leñe, recibirás palmaditas en el hombro en lugar de una hostia colosal en la carrillada. ¿El becario tiene unas abdominales que ridiculizan el chicle gomoso que tu marido tiene por panza? Lánzate, mujer, cómete ese yogurcito en los lavabos que nadie se chivará; ten en cuenta una máxima que no se ha roto, ni se romperá nunca: lo que pasa en la cena de empresa se queda en la cena de empresa.

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Sexo, drogas reggaetón (y a putas)

Las visiones que uno experimenta en la cena de empresa volverían locos a los más instruidos chamanes y psiconautas. La catarsis no es bella, al contrario, exige sangre, sudor, lágrimas, vómito, reggaetón, cocaína, comida congelada y mucho alcohol barato. Se sabe que la cena existe para subvertir la realidad de la oficina. La formalidad se transforma en decadencia marrana. Los buenos modos se dinamitan a golpe de perreo y lametones en la cara. La compostura se diluye en instantáneas aterradoras: el de contabilidad con la camisa anudada sobre la barriga rodando por un suelo lleno de copas rotas. La directora de comunicación haciendo ver que se folla un Bob Esponja de peluche. El informático llorando en una esquina porque sus intentos de manosear a la secretaria no han fructificado.

Cuánto bien, madre santa. Hay congas que unen a departamentos irreconciliables. Jägermeister. Cientos de viajes de fraternidad de los diseñadores gráficos al lavabo. Polvos inesperados. Valientes que se crecen en grupo y en lugar de volver al hogar a dormirla, siguen la sanísima costumbre española de comulgar en una casa de lenocinio al alba, antes del bocata de tortilla.Wolf-of-Wall-Street-Band

Ah, y también hay perfiles recurrentes que pueblan la cena de empresa desde tiempos antiguos:

El DJ: Típico pelmazo de la oficina que se cree buen DJ y no descansa hasta que consigue que le dejen pinchar su mierda de música en el bailoteo postcena.

Becarios sí: No nos engañemos, lo becarios buscan gallina vieja y las gallinas viejas buscan carne prieta. Un becario en una cena de empresa es un gamo en una convención de panteras famélicas.

El gracioso: Siempre hay un maestro de ceremonias en las cenas de empresa, el clásico tipo chistoso que coge el micro y empieza a tocar los cojones a los asistentes. Generalmente es el que primero se emborracha y menos folla.

La buenorra: En toda empresa hay una buenorra que encima lo sabe. Es fácil detectarla en las cenas: suele exponer turgencias con toda la mala leche y a menudo lleva varios informáticos pegados a su culo, como los enanos de Blancanieves.

El tapado: El tapado es ese tipo de la oficina que calla siempre, nunca levanta la voz y jamás tiene un un no por respuesta. Una persona maravillosa, modosa y Opus Dei friendly, que en la cena de empresa se convierte en un puto rinoceronte enloquecido hambriento de fiesta salvaje. Don fuck with the tapado.

El jefe enrollado: Qué placer ver a los jefes intentando ir de enrollados, cayendo una y otra vez en un ridículo que crece al mismo ritmo que la ingesta de garrafón. ¿El mejor momento? El corro en medio de la pista y el jefe haciendo pasos de baile gallináceos, ajeno al cachondeo subterráneo que generará toda la semana siguiente en el comedor de la empresa.

El camellito: Que no falte el camellito, ese tipo de la oficina que se sorbe los mocos cada viernes, el mismo que dos días antes de la cena de empresa recibe un extraño sobre lleno de billetes, procedente de diferentes departamentos. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio.

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Si te he visto no me acuerdo

La cena de empresa siempre acaba bien, por muy mal que haya comenzado. Nunca hay daños colaterales cuando la jauría vuelve al amnios de la oficina. Se escribe un pacto tácito de silencio entre los contendientes: amnesia consensuada para no tener que entrar en el curro con gabardina, gafas de sol y un periódico abierto. El día después, nadie hablará de las escenas más escabrosas. Los insultos, manoseos y otros comportamientos animalescos se olvidarán por completo. Te sacaste la polla en el escenario delante de los jefes, tranquilo, no te abrirán un expediente. Es la grandeza de las cenas de empresa: son un infierno cerrado del que nunca se filtra nada al exterior; la información privilegiada siempre es de disfrute interno y por lo bajini. Además, si hay que contratar a agentes de la KGB expertos en lavados de cerebro y hacer un borrado colectivo de memoria de las últimas 12 horas por el bien de la cordura de nuestros compañeros, así sea. La salud de los trabajadores siempre es lo primero.

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1 comentario
  • Javier Ahmir
    diciembre 16, 2016

    Pues a este no le van a pillar. Yo todos los años digo NO y que se jodan si es bueno para el equipo o no cenar juntos.

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