Primavera Sound 2015: CLEAN IS DA NEW SHIT (o casi)

Ha pasado una semana del despiporre primaveral. Hora de recapitular, de sacar conclusiones certeras, juicios coherentes. Con la calma que proporciona el temple veterano y la negativa a sacar a pasear la tocha, uno se siente más vivo que nunca en este festival. En estado de sobriedad, el Fòrum se goza más y mejor; la música se vive más y mejor; la cerveza sabe… Bueno, tampoco nos pasemos. He aquí las peripecias de un abuelo de 39 años en el Primavera Sound. Y esta sí que es la última de verdad (sic).

El Primavera envejece (y se reproduce)

Tableta de Ibuprofeno, Strepsils, un plátano y un lema parpadeando en la sesera: clean is da new shit. El proyecto era ambicioso: ir al Primavera Sound con antiinflamatorios, pastillas para la garganta y fruta canaria como únicas drogas. Un festival limpio, straight, de yayo. Solo tres concesiones en lo que al castigo del organismo se refiere: cerveza caliente (o te la bebes rápido o te toca engullir orín), Red Bull de maracuyá (o lo que fuera ese sabor radioactivo) y Martini Bianco (¡del normal, no esa aberración con burbujas!). El plan era tirar con eso. Unirme de una vez por todas al bando de los veteranos de guerra, una comunidad que se ha hecho fuerte en los pastos del Fòrum y aumenta sus filas a cada edición. Barriguitas, coronillas, testas canosas, varices, manchas cutáneas y disfunciones eréctiles pululan por el recinto olisqueando el rastro de los escenarios donde tocan las viejas glorias. No los verás acercarse a la carpa techno, de hecho, algunos se santiguan cuando la ven en la lejanía, otros le tapan los oídos a sus cachorros, hay valientes que se acercan al meollo del chunda-chunda y lanzan ramitas de muérdago, entre extrañas oraciones druídicas, sobre las cabezas de los mandibulistas veinteañeros.

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El Primavera envejece… Y se reproduce. Cuánta fertilidad, por Dios. Los años de afters no han hecho mella en esos viejos espermatozoides, ¿hum? Aquello estaba lleno de embarazadas. ¿Y qué decir de la presencia cada vez mayor de familias con hijos? Apuesto a que los extravíos de renacuajos por olvido y/o ciegarral inesperado de sus papis están a la orden del día en el festival: “Es que alguien me metió media en la boca en Patti Smith por los viejos tiempos y al crío le dio por esconderse en las cañadas, porque le daba miedo la vieja”.

Como dice el DJ Carlos García Bayona, nunca había visto semejante concentración de calvos en un show de música de baile: aquello se convirtió en un maravilloso geriátrico techno

Nos hacemos mayores y punto. Nuestras capacidades para movernos por el planeta PS menguan cosa fina. La vista ya no es lo que era, y eso se notó en la oscuridad abisal del Auditori. Allí, un veterano periodista musical llamado Half Nelson se encontró con dos jugosas tetorras en sus manos mientras buscaba a tientas un asiento donde superar las agujetas. Me pregunto qué pensó el novio de la asaltada.. No obstante, el momento álgido de la senectud cool se vivió durante la actuación de Underworld. Como dice el DJ Carlos García Bayona, nunca había visto semejante concentración de calvos en un show de música de baile: aquello se convirtió en un maravilloso geriátrico techno. Y me sentí de lo más a gusto en pleno éxtasis raver Grecian 2000, alejado del fervor spring breaker del otro segmento de población dominante en la jungla del Primavera Sound: la muchachada.

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Mientras que los yayos imponen señorío, en el otro polo, los más jóvenes, especialmente, los adolescentes guiris, anteponen Magaluf a la música, de modo que se pasean por el festival embutidos en disfraces absurdos como si estuvieran en una despedida de soltero en Gandía. La tendencia más evidente en el carnaval teen fue la de llevar globos de helio atados a la bolsa. Otros enarbolaban palmas de verdad en una estampa bíblica, como si esperaran la entrada de Jesucristo por el escenario Heineken. Pero el premio gordo se lo llevaron unos hipsters que iban armados con caretas de Jordi Hurtado, Madonna, Jackie Chan y Eduard Punset. Pensar que perdieron minutos, quién sabe si horas, para hacerlas y presentarse de esa guisa en el festival me hace desconfiar con sumo dolor de la condición humana.

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Físico y química

El lema era que se impusiera el físico a la química, pero salir limpio de un evento como éste es más difícil que decirle “voulez-vous coucher avec moi?” a Falete. El jueves todo salió a pedir de boca. Cerveza tibia, cenita en el Bouzu, jijiji, jajaja, y a casa prontito. Fue una revelación ver a Antony disfrazado de Amaya Uranga de Mocedades: llegué a pensar con ciertos despuntes de histeria que cantaría “Amor de Hombre”. El sábado, más de lo mismo. De tranks. Ni una gota de veneno corriendo por mis venas. Y la sobriedad me sirvió de mucho.

Fue una revelación ver a Antony disfrazado de Amaya Uranga de Mocedades: llegué a pensar con ciertos despuntes de histeria que cantaría “Amor de Hombre”

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Me sirvió para observar en la distancia y con ponderación los lecherazos de surrealismo que nos deparaba el ruedo. Me sirvió para comprobar que Julian Casablancas y Antony Hegarty son la misma persona; el mismo ser despeinado, grasiento y blandito. ¿Es que nadie se dio cuenta? ¡Esa fofa entidad interdimensional tocó tres veces en el Primavera! Me sirvió para comprobar que Tyler The Creator tiene la misma voz que la fusión de Tom Waits y el Aberroncho. Que Tori Amos era en realidad Nacho Cano con el disfraz de señora gorda de “Desafío Total”. Me sirvió para esquivar a tipos empastillados que cantaban los goles del Barça como tocinos en San Martín y me descubrían el fútbol-rave, esto es: forofismo balompédico meets media pocha.

Me dirigí al stand de la web Blisstopic, pero la bendita sobriedad me sirvió para detectar que los responsables de la revista tenían una frutería montada sobre una tabla de planchar, de modo que puse pies en polvorosa antes de ser absorbido por aquel inquietante ritual pagano. Es la misma lucidez que me impidió tirarme a lo loco en la piscina de bolas y perder todo el contenido de mis bolsillos en sus profundidades. Me pregunto qué encontraron los equipos de limpieza en el fondo de la piscinita cuando la vaciaron: el poso de golosinas químicas, pollos, monedas, condones y manojos de llaves haría bailar aurresku a Pocholo.

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El problema fue el viernes. Por alguna razón me dejé el mantra “Clean is da new shit” en algún lavabo y en un momento de descuido, un objeto romo, ovoide y compacto, con el logo de Chupa Chups tallado en el centro, atravesó como la mantequilla mi protector bucal anticuartitos y se introdujo en mi gaznate. Son tiempos de Colau, tiempos de Podemos, y las pastillas han vuelto a lo grande. Mandan como perras en tiempos de crisis. Han desbancado claramente al MDMA, el éxtasis pijo. ¿Resultado? Me fui con la gustera del siglo cortesía de Chupa Chups a ver cómo Killer Mike sacaba a su mujer al escenario en plena actuación como quien presume de cánido (me dicen unos espías que, horas después, vieron al rapper fuera del recinto discutiéndose con la señorona por un perrito caliente). La actuación de Run The Jewels fue genial, pero por culpa de la melopea química y los pogos, mi cartera decidió aprovechar mi viaje astral para extraviarse por el festival con todas mis tarjetas y DNI. La perdí, coño. El melocotonazo de Chupa Chups me ayudó a sobrellevar el trance con alegría, pero los que habéis estado ahí sabéis lo complicado que es cancelar una tarjeta de crédito por teléfono a las 2 de la madrugada con la mandíbula bailando capoeira, una cerveza en la mano y el boom-boom de fondo de un festival. Subí tan arriba que bajé la guardia. Quien no la bajó fue la organización. Esa misma noche, mientras asesinaba a dos ingleses con un bate de pinchos para coger un taxi, me llegó un mensaje del PS: habían encontrado mi cartera intacta con todos los documentos, y la podía recoger al día siguiente. Estuve a punto de tatuarme en la nalga derecha el nombre de la trabajadora del festival que me lo comunicó. Segundo subidón de la noche. Y esta vez sin química.

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Precisamente un poco de química de calidad es lo que le habría hecho falta a la gente ha rajado de esta edición. Yo he disfrutado este Primavera Sound como nunca. Quizás se deba a que fui con mi novia. El amor pasteloso de festi atempera a las hienas y la sobriedad resulta una gran aliada para disfrutar de esta cruzada sin secuelas. Pese a la invasión amenazante de gorros rojos -aquello parecía una convención de leprechauns cordobeses-, no tengo quejas. Solo buenos recuerdos. No comprendo lo de Mordor para referirse a los dos escenarios gordos más alejados del meollo. Nos hemos vuelto unos señoritos. Para mí, Mordor es el camping del puto festival de Benicàssim. Mordor es el Arenal Sound de principio a fin. Mordor es la vuelta a la estación de tren del Vida Festival a las 6 de la mañana. Y me asombran las críticas a los puestos de comida: quizás en Benicàssim, Sónar y BBK tienen tenderetes del Celler de Can roca y Can Jubany y no me he enterado. Será que nos hacemos viejos, y nos quejamos por cualquier cosa… Hasta que alguien nos mete un cuartito de felicidad en la boca y todo vuelve a ser maravilloso.

Bah, para qué engañarse, hasta el año que viene.

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