Cada vez que vayas a hundir tu nariz en una raya de coca, no podrás evitar pensar en el largo camino de sangre, sobornos y corrupción que ha seguido esa nieve amargante. Narcos es la serie de narcos. No hay otra. Netflix ha puesto en el mercado un producto de máxima pureza. Engancha y quieres más. Y más. Y más. Pablo Escobar = droga dura.
Conste en acta que este artículo no está inspirado en ciertas imágenes de cierto político barcelonés la noche del 27-S. Esto es la carta de amor de un enfermo que se siente fascinado por el mundo de violencia, dolor y excesos de la cultura narco. Una dimensión paralela salvajemente cruel que, una vez explorada, se queda dentro de ti como un tumor, contaminando tu cerebro con imágenes espeluznantes que se resisten a dentelladas a abandonarte.
Polaroids truculentas de la bajeza humana y ponen a prueba la inventiva de nuestro sadismo
Sexo, traición, sangre y dinero. Los relatos de narcotráfico aglutinan todos los elementos que nos gusta paladear en una buena historia. Son Polaroids truculentas de la bajeza humana y ponen a prueba la inventiva de nuestro sadismo. Cada nuevo relato es una nueva lección. Si creías que habías imaginado el asesinato más terrible, la tortura más insoportable, tranquilo, siempre habrá alguna historia de narcos que lo superará con creces.
En un tiempo en que los narcotraficantes y sus hijos tienen página de Facebook y son casi estrellas del rock, la regresión temporal que propone la serie “Narcos” (Netflix) se revela de lo más nutritiva, pues nos conduce a los albores del boom de la cocaína, y nos enseña por qué un producto tan barato y fácil de elaborar se ha convertido con los años en el bien exportable con mayor margen de beneficios del planeta.
La serie va a lo fácil, pero al mismo tiempo a lo más difícil. Pablo Escobar. Un personaje casi mitológico al que le teníamos ganas en una serie sólida, pero un personaje también inestable, cuyo manejo puede ser más delicado que el de la nitroglicerina. Escobar es un perfil radicalmente contradictorio: benefactor, asesino, amable, volcánico, ególatra, altruista. Pues bien, a pesar de ciertos defectos que analizaré más adelante, este Pablo Escobar rechoncho y socarrón me ha acabado convenciendo.
No es la primera vez que vemos al personaje en la tele. “Narcos”, de hecho, se ha comparado con la producción colombiana “Pablo Escobar, el patrón del mal”, el referente más apreciado en Latinoamérica. No obstante, “El patrón del mal” responde a un formato a años luz de “Narcos” en términos de calidad: es un burdo culebrón disfrazado de drama mafioso y se acerca más a las telenovelas para señoras sesteantes que a la metralla que pide nuestro paladar. “Narcos”, en cambio, es un proyecto ambicioso que persigue un realismo cortante y apela a otros referentes, como esa voz en off del agente de la DEA Steve Murphy que tanto recuerda a “Uno de los nuestros”.
De hecho, “Uno de los nuestros” fue uno de los principales bebederos del brasileño José Padilha (“Tropa de élite”), director de los primeros episodios y por tanto responsable de la base y el tono de la primera temporada. El ejercicio de estilo funciona. La ambientación es perfecta. La puesta en escena, incontestable. “Narcos” se despliega a un ritmo creciente; a medida que el imperio de Escobar crece, aumenta la tensión. Los sucesos son tan jugosos y anonadantes que el guión camina solo. El paisaje colombiano se revela como un actor más en esta función macabra, envolviendo ranchos, pistas de aterrizaje ocultas, laboratorios clandestinos de coca. Todos los elementos de “Narcos” funcionan en una misma frecuencia de onda y ofrecen un retrato veraz y adictivísimo de una época crucial para entender los verdaderos entresijos de la guerra a gran escala contra la cocaína, durante la administración Reagan.
En esta tesitura, “Narcos” rehúye la mitificación de Escobar, incluso lo presenta como un tipo torpón, regordete, paposo. El objetivo de la serie es utilizarlo para mostrarnos cómo se gestó la primera gran red internacional de tráfico de coca. El comienzo de todo. Cómo un paleto colombiano con sobrepeso consiguió inundar Estados Unidos de farlopa y convertirse en uno de los hombres más poderoso y temidos de Latinoamérica. En dicho terreno, “Narcos” hace un trabajo impecable, y pone en el mismo caldero a traficantes, asesinos a sueldo y agentes de la DEA.. En la selva colombiana no hay ni buenos ni malos: solo hay serpientes.
“Narcos” está tan bien hecha, que el atractivo del producto se impone a un error de casting al que todavía cuesta encontrarle sentido. . La elección del actor brasileño para interpretar a Pablo Escobar tiene un defecto tan prominente como su panza: un acento colombiano atroz. Hasta un español lo acusa. No obstante, la historia es tan absorbente que acabas inmunizado contra los estridentes esfuerzos de Moura por hablar como un tipo de Medellín. Espero que en la segunda temporada –Netflix ya ha anunciado su renovación- Moura haya mejorado.
Con la cocaína convertida en el combustible más usado en occidente y los mitos de Escobar más vivos que nunca, “Narcos” se revela como un chute celestial para los que vibramos con la mitología del narco y hoy iremos como locos a la librería a comprar “El Cártel” de Don Winslow. Hay polvos brutales, violencia gratuita, crueldad, traiciones, personajes épicos, humor negro, escenas macabras y todo tipo de transgresiones legislativas y morales. Pero “Narcos” también es una lección importante de historia, geopolítica y economía. Una lección inquietante de realismo trágico en la cuna del realismo mágico.
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