¡Cocaína sí, carne no! El día que el fuet se convirtió en la droga más peligrosa del mundo.

By jueves, octubre 29, 2015 2 , , , , Permalink

Resulta que ahora va a ser peor el chorizo de Pamplona que el speed. Si has despertado hace pocos segundos de un sueño criogénico de 200 años, felicidades: eres el único español que no se ha enterado de que la OMS ha calificado como cancerígena la butifarra, la hamburguesa, el espetec y todas esas entrañas procesadas de mamíferos muertos que nos pirran. Tampoco habrás tenido que bucear por la vomitera cósmica de gilipolleces que ha anegado las redes sociales después de la noticia. De hecho, te habrás librado de una de las semanas más histéricas y esquizoides que se recuerdan en este principio de siglo.je-suis-torreznos

La gran noticia: comer basura te mata. Hay que tener la actividad cerebral de una almeja para no entender que las salchichas, el chopped y el bacon que compramos en el supermercado a precios irrisorios son la vía más rápida para proporcionarle a nuestro colon un precioso tumor. Se trata de mierda tóxica en estado puro, y lo sabe el grueso de la población cuerda. El problema es que la OMS ha incluido dichos productos en el grupo 1 de sustancias, junto al tabaco, el alcohol o ¡el plutonio!, y con esta gilipollez parece que ha pellizcado conciencias. Todos sabemos que un bistec no ocasiona los mimos daños que un chapuzón en el reactor nuclear de Fukushima, pero ver en la misma frase las palabras “carne” y “plutonio” ya es suficiente para que se disparen los titulares hipertrofiados en la prensa y la histeria en internet.

Meat is Murder ahora es Meat is Cancer. La comparación con el plutonio vale más que mil tumores y ha desatado una reacción en cadena de alarmismo mongoloide y rebeldía cárnica en las redes sociales. Allí se ha espesado un bochornoso consomé de indignación, paternalismo, militancia vegana y reivindicación carnívora: es el efecto amplificador, contagioso y gregario de Facebook y Twitter. Al amparo de nuestro muro de FB todo nos afecta el triple, nos volvemos unas intensas insoportables y si no escribimos alguna memez, poseídos por la agitación extrema de las moléculas de la masa virtual, no nos quedamos a gusto.

Si te alejas del ruido, aprecias que, en esencia, la OMS no está diciendo nada que no se haya avisado en los últimos años desde incontables sectores. De hecho, la moraleja de este informe es sencilla y la conocemos todos: cautela, moderación. Evita la mierda procesada o consúmela de forma esporádica, no lo hagas cada día, zoquete. ¿Carne roja? De vez en cuando, con la calma. No obstante, en las redes hemos visto otra película: una de terror muy chunga en la que todos vamos a morir agónicamente de un tumor lingual si chupamos la piel de un chorizo; una distopia vegetariana sin bocata de fuet, sin barbacoas; ¡un cáncer de colon gigantesco reduciendo Tokio a cenizas!

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Como dice el sabio Fernando Porres: de la guerra contra las drogas hemos pasado a la guerra contra las salchichas. Ahora toca demonizar la carne, mostrarla como una sustancia mucho más nociva y adictiva que las drogas ilegales. En un mundo dominado por el consumo bulímico de opiáceos y estimulantes cortados con Gelocatil y laxante para niños, en un mundo nevado de speed al borde del colapso químico, lo que nos va a aniquilar son los hot dogs del Caprabo. Imagino a una madre aleccionando a su hijo adolescente un viernes noche antes de salir: “Ya lo sabes, Kevin, si te ofrecen pastillas, cocaína o chopped, ¡di que no!”. Análisis de sangre a los ciclistas del Tour de Francia en busca de trazas de secallona o jamón york. La creación de la MEA (Meat Enforcement Administration). En la era de la paranoia alimentaria posthipster, nos hemos vuelto tan majaras y está todo tan vuelto del revés, que la proclama antinatura “Cocaína sí, carne no” se revela de lo más adecuada. A estas alturas del sainete, parece más saludable comerse media pasti que un bacon-queso.

Ya lo sabes, Kevin, si te ofrecen pastillas, cocaína o chopped, ¡di que no!

Lo más sorprendente de esta gran parida es el muestrario bochornoso de reacciones. Hacía tiempo que no nos acercábamos tanto al delirio. Están los que apelan al victimismo: “Primero el queso y ahora la carne. ¡No nos dejan comer nada!”. Como si nos pusieran una Magnum en la sien, como si la imaginación humana no estuviera preparada proponer alternativas al bistec. Me divierten mucho los veganos resabidos con el “ya os lo dije” flotando en su aliento macrobiótico: solo nos faltaba la soberbia verdulera. Me troncho con los enajenados que acusan a la OMS de su desdicha, como si este organismo tuviera la culpa de que el embutido que cenan a diario sea más nocivo que la farlopa. Solo tengo palabras de ternura para lo los que se gustan proclamándose líderes de la rebelión anti-OMS; tipos que se creen importantes llamando al gentío a la desobediencia, como si a los mandamases de la OMS les afectara que sus detractores se atiborren de carne procesada y el colon les reviente como un piñata a los 45.

El circo ha devenido en manicomio con la irrupción del radicalismo carnívoro como respuesta anti stablishment. El lugar que antes ocupaban los veganos, abocados a las trincheras gastronómicas, condenados a soportar la presión del lobby del chuletón, es el reducto ahora de los amantes de la carne. Adultos supuestamente en sus cabales sacando pecho después de zamparse un bocata de morcilla y dejarse el colon como un cuadro de Matisse. En el escenario post-OMS, ser carnívoro es ir a la contra. Es muy CUP. Un golpe de colesterol al sistema.

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Y todo este dislate para nada. Lo sabemos. Hace dos años se detectaron bacterias fecales en los pasteles de chocolate de Ikea. También se descubrió que en sus famosas albóndigas había carne de caballo. Un tiempo después, los restaurantes de Ikea siguen rebosantes de gente que hace largas colas para devorar las mismas albóndigas y los mismos pasteles otrora sazonados con grasa caballar y caca. Pasará lo mismo con la carne y el embutido. Cuando se disipe el alarmismo de las redes sociales, seguiremos engulliendo choripanes, longanizas, Big Macs y albóndigas como hacíamos antes. Porque nos encantan. Punto. Y contra eso no hay bacteria fecal, casquería de potro o cáncer colorrectal que pueda hacer algo.

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En cuanto la espiche algún cantante, actor o escritor nos olvidaremos de nuestro colon para dedicarnos en cuerpo y alma a demostrar lo afectados que estamos en las redes. Y nadie se acordará ya del informe de la OMS. Pero ahora el virus sigue activo en internet y todavía estamos en pleno ataque de gregarismo online, pontificando sobre nutrición, oncología, gastronomía y sanidad sin tener ni puta idea de nada. Lo más triste es que, hasta que no vuelva la normalidad carnívora en un par de semanas, relajaremos nuestro consumo de chuletas y nos lo pensaremos varias veces antes de poner un pie en Enrique Tomás. Eso sí, nos hincharemos de cafés de máquina, Phoskitos y latas de Coca-cola en la oficina. Nos meteremos unas rayas de palmo con el billete manchado de sangre de un desconocido. Nos rebozaremos de E.coli en las arenas de la Barceloneta mientras follamos sin condón con un guiri. Inhalaremos el CO2 de los autobuses cuando hagamos running. Votaremos a Ciutadans…

Lo dicho: cocaína sí, carne no.

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2 comentarios
  • Señora Articulada
    octubre 30, 2015

    Pues sí Òscar, el muro de FB es como los ácaros, pelos, uñas y polvo que tenemos acumulado debajo de la cama. Está ahí, sabes que es porquería, pero lo ves cada día. Deberíamos considerar el muro de FB la quinta dimensión. Un mundo paralelo al nuestro donde no hay ley.
    Buen articulo, pero ojo a algunas faltillas.

  • Gonzalo
    junio 15, 2016

    yo desde hace mucho como lo que me sale de los cojones, me da igual si muero a los 50 por ello, sinceramente estoy hasta la polla de las 7866682751165244133369187O45 diferentes recomendaciones de come esto y lo otro

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