Las versiones acústicas acabarán con nuestra paciencia

Seguro que las has sufrido en la cafetería, en el programa de Bertín Osborne o en la sala de espera del dermatólogo. Son las versiones acústicas y/o folkies de grandes éxitos del rock, punk, metal y/o lo que se tercie: que alguien pare esto.

¿La puede uno espichar por ñoñería? Algo me dice que en breve tendremos la primera víctima; un pobre diablo que, después de escuchar la enésima versión acústica/folkie de ‘Creep’ en una cafetería de autor, estornudará porciones de su cerebro sobre la tostada de aguacate. Si no te has percatado del mal, seguramente ya formas parte de él y ahí estás, tarareando la versión azucarada de turno, a la sopa boba. Algunos pensarán que soy víctima de la paranoia, pero la paranoia no existe: tus peores temores pueden hacerse realidad en cualquier momento.

El veneno acústico se ha propagado cual cuesco en un ascensor, en modo killing you softly, con la amabilidad del vecino que te saluda cada día, pero conserva sus mascotas muertas en el congelador. Y no parece que haya vuelta atrás. El suavizante de las versiones acústicas perfuma nuestra rutina. No hay cafetería donde no lo percibas. Además, la versión acústica no solo es una divinidad omnipresente, también es omnívora; cualquier género le va bien para practicar su cirugía correctora.

‘Enter sandman’ de Metallica convertida en una cara B de Ella Baila Sola. ‘Dancing in the dark’ de Bruce Springsteen, transformada en la nana favorita de Alex Gibaja. ‘Umbrella’ de Rihanna cantada por un sucedáneo de Suzanne Vega, si Suzanne Vega se hubiera ido de acampadas evangélicas y hubiera vuelta majareta….

En las playlists de Vueling, en la boda de tu prima, en la sala de espera del dentista…, el swing queda bien en cualquier sitio, como los lomos de libros falsos o los pósteres de “Kill Bill”

Así con todos los grupos y cantantes que uno pueda imaginar, nombres que tienen un significado para mucha gente y terminan cayendo en el charco azucarado de la versión folkie. De hecho, ya comienza a haber infectados que aseguran preferir las versiones acústicas a los originales. Y hay casos todavía más dolorosos: la gente que no conoce la original y da por hecho que la versión acústica es la buena. ¿Estamos locos o qué?

La noche de las playlists vivientes

Resulta difícil encontrar el origen de este fenómeno. Youtube ha contribuido a la propagación: cualquier mentecato puede coger una guitarra, destrozar el cancionero de Bee Gees, Metallica o David Bowie y granjearse sus cinco minutos de fama.

Muchos afectados señalan también al grupo francés Nouvelle Vague como uno de los causantes de la gangrena. Coges un himno punk o new wave, y lo conviertes en una golosina inofensiva con arreglos de bossa nova y toques nu-jazz. Pero sería injusto cargar las tintas solo contra ellos. Aficionados, compositores frustrados, youtubers, la estilista y DJ Beatrice Ardisson, Pentatonix, Violetta, el colectivo Postmodern Jukebox… Incontables carroñeros han encontrado en Spotify el lugar perfecto para anidar. Porque Spotify es otra de las fuerzas importantes en este juego. La plataforma ha impuesto la ley de las palylists, que tiene su parte positiva, pero también son rincones del vago que ora te cuelan un ‘I wanna be sedated’ en clave lounge music, ora te hacen un ‘Highway to hell’ en tono jazzie. Son legión, es imposible controlarlos en la jungla online y tienen una clara misión: transformar música peligrosa en música para publicistas con chalet en Cabrera.

Hace casi 8 años ya que Annie B Sweet colocó una versión insustancial de ‘Take on me’ de A-Ha en un anuncio de McDonald’s. Desde ese funesto día, en España no han parado de escucharse estropicios similares en anuncios

Digo publicistas, porque este subgénero chupóptero parece pensado para los anuncios de televisión. El concepto Café del Mar trasladado al 2018. Hace casi 8 años ya que Annie B Sweet colocó una versión insustancial de ‘Take on me’ de A-Ha en un anuncio de McDonald’s. Desde ese funesto día, en España no han parado de escucharse estropicios similares en anuncios de coches, seguros, yogures, colonia…

El espacio televisivo Mi casa es la tuya es el ejemplo más claro de esta escalada. Es revelador que el grueso de la música ambiente de un programa presentado por Bertín Osborne sean versiones folk con cantante femenina. Cuesta poco imaginar a Bertín iracundo, preguntándose qué hacen las versiones atemporales de ‘Crooner’ compartiendo soundtrack con esa bazofia. Ese Bertín echando una lágrima por los viejos tiempos de la balada machorra, los años dorados de ‘Ámame’ o ‘Como un vagabundo’.

No obstante, hay algo más abyecto que la versión acústica: la versión acústica irónica. Los grupos o cantantes que, convencidos de que su música está en un plano más elevado que el mainstream, se permiten reconstrucciones acústicas de hits comerciales en un tono de choteo velado, para reírse sin que lo parezca, todo muy postmoderno. Y todavía hay un efecto, si cabe, más pernicioso: la derivación de las versiones folk hacia otros estilos amables, como el smooth jazz o el swing. En las playlists de Vueling, en la boda de tu prima, en la sala de espera del dentista…, el swing queda bien en cualquier sitio, como los lomos de libros falsos o los pósteres de “Kill Bill”.

Versiones para dummies

La capacidad de penetración de este subgénero entre las personas que no se interesan lo más mínimo por la música no debería sorprendernos. La versión ñoña de cafetería pija ha uniformizado estilos, desdibujándolos y despojándolos de su veneno original. Es el Starbuck’s de la música. El cover folkie no asume los riesgos de las piezas originales, las domestica para el oyente más perezoso hasta convertirlas en un hilo musical inocuo, sin alcohol, sin azúcar, sin cafeína, sin gluten: 0,0%. La vileza de Guns’n’Roses, la desidia punk rock de Ramones, el poderío dramático de Depeche Mode, el punch farlopero de Survivor…, todo extirpado merced a la cirugía edulcorante de estas versiones para dummies.  

Esto no es un alegato contra las versiones, es una llamada a las armas contra la peste acústica y el azúcar como herramientas domesticadoras. Sabemos de sobra que se pueden hacer versiones acústicas intimidantes que transforman la canción y supuran la personalidad del imitador. Basta con acudir al ‘The man who sold the world’ que Kurt Cobain robó a David Bowie y convirtió en dulce tormento acústico. O acudir a los discos de Johnny Cash en American Recordings, para estremecerse con las relecturas de grandes canciones del rock y el pop en clave de country distópico; en las antípodas del hilo musical dominante.  

Ahora que las versiones ñoñas han salido del los altavoces de los ascensores y han invadido los hilos musicales de todas partes, solo nos queda un arma para ganar este guerra: unirnos al enemigo. La próxima vez que Carla Bruni coja una guitarra acústica y vuelva a destrozar una canción de AC/DC, cojamos un contrabajo nosotros y hagamos una versión swing de la versión acústica de Bruni. Y después hagamos una versión smooth jazz de la versión swing de la versión acústica de Bruni. Y así ad infinitum. Solo una espiral de metaversiones cada vez más irrelevantes saturará el mercado de glucosa y conseguirá que el cliente por fin se revuelva: “¿Verdad que no me sirves cápsulas Fortaleza cuando te pido un café de verdad? Pues cuando suene “Crazy in love”, te recomiendo que sea Beyoncé o tendremos un problema”. De este palo.

 

 

 

 

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