El otro día tuve una pesadilla. Soñé que me dormía viendo la segunda temporada de Stranger Things (Netflix), me despertaba, rebobinaba la porción de episodio que me había perdido y volvía a quedarme dormido. En el sueño dentro del sueño, volvía a soñar que me quedaba dormido viendo la maldita serie, me despertaba, rebobinaba y me quedaba roque otra vez.
Y así ad infinitum.
Una espiral eterna.
Me desperté en el sofá temblando como un flan de gelatina, babas en la pechera, creyéndome ya atrapado en un remolino de sueños dentro de sueños, porciones de Stranger Things dentro de porciones de Stranger Things. Lo grave del asunto es que soñé que me dormía viendo la segunda temporada de Stranger Things después de dormirme viendo la segunda temporada de Stranger Things en la “vida real.” Inception por la vía seriéfila o, si lo preferís, un porro mental del tamaño de un FMI-92 Stinger.
Es poner un episodio y sufrir unos ataques de narcolepsia que romperían al Nando Dixkontrol de 1993
No escribo estas líneas desde el mismo sanatorio victoriano en el que han ingresado a Álvaro de Marichalar. No he cambiado el ganchillo por el popper. Me ciño a los hechos. Llevo tres semanas intentado acabar la segunda temporada de esta maldita serie y todavía pico piedra. A puntito de llegar al final, vale, pero como diría Aznar con acento mejicano: “estamos trabajando en ello.” Es poner un episodio y sufrir unos ataques de narcolepsia que romperían al Nando Dixkontrol de 1993. Da igual la hora del día, da igual si he dormido 15 horas y estoy fresco como una rosa; siempre acabo roncando como un manatí.
El escenario es dramático. He llegado hasta el quinto episodio… ¿o es el sexto? Yo qué sé… He llegado, decía, a trompicones, juntando piezas y fogonazos, preguntándome cuánto hay de real y cuánto de delirio onírico en mis recuerdos de la serie. El cacao mental es considerable, y eso que cuento con la ayuda de mi pareja, que intenta llenar los vacíos y guiarme como buenamente puede por este tortuoso camino de vigilia y alucinación.
¿La verdad? No tengo ni idea de dónde ha salido esa lagartija viscosa que, como Alf, se alimenta de felinos domésticos. Juraría que a Dustin le han salido piños. Juraría que Dustin lleva un micro estilo Madonna cuando va en bici. ¡Juraría que Dustin se nos ha hecho un hombrecito y pronto le llamaremos Dustinazo! A veces abro el ojo y veo a Eleven convertida en una darks. El personaje de Winona Ryder da más miedo que los monstruos. Hay un macarrilla por ahí que fuma cuando hace pesas. Steve Harrington es un tupé gigantesco con un ser humano debajo. No hay día que no me pregunte si la hermana new wave de Aziz Anzari ha surgido de la mente de los guionistas o es producto de mis alucinaciones.
Nah, no le deseo a ningún seriéfilo esta tortura. Comienzo a pensar que en la segunda temporada de Stranger Things hay oculta alguna frecuencia sonora inductora del sueño, un zumbido tan sólo apreciable por hámsteres, que te deja planchado. Solo así puedo explicar que me guste tanto la primera temporada y que la segunda, que es exactamente igual, me produzca más bostezos que un Rohipnol latte.
Quizás, la avalancha de referencias ochenteras es tan brutal, que mi cerebro decide apagarse por sobrecarga y me deja tieso, como las cabras que responden con ataques de epilepsia al peligro. Ahhh, el cerebro, bichejo sin piedad: le das algo nuevo y se pirra por ello; le das lo mismo al cabo de un año, y baja la persiana a los 20 minutos de episodio. Y ya que estamos, convendría que la tercera temporada llegue en época estival: el combo ‘Sofá + Mantita + Estufa de butano del 98 a punto de explotar y volar el edificio’ es una invitación directa al coma.
El combo ‘Sofá + Mantita + Estufa de butano del 98 a punto de explotar y volar el edificio’ es una invitación directa al coma
Creedme, estoy agotado. Cuesta horrores seguir una serie en duermevela, de cabezada en cabezada, abotargado por los efluvios tóxicos del gas del butano. Poca diferencia hay con un mal viaje en un fumadero de opio. Y no es mi deseo entregarme a los estimulantes para ganar esta guerra a menos que Netflix me los subvencione. Un poco de piedad para para este hombre temeroso de Dios que ya no distingue realidad, ficción y sueño. No sé si estoy en mi plano existencial, en Hawkins, en una pesadilla o en el dichoso Mundo del Revés. Quién sabe, a lo mejor ahora mismo estoy durmiendo en mi sofá, con la segunda temporada de Stranger Things puesta en la tele, soñando que escribo esta columna para Good2b. Pellizcadme, por Dios santo. Sacadme de una vez de esta pesadilla.
noviembre 15, 2017
que stranger things es carne de moderneo es un hecho. que es una serie entretenida, también. si tu capacidad de atención para una serie así -de 45 minutos- no da para más, míratelo. que no es «los soprano», claro que no. ¿quién lo pretende? seguramente aplaudieras capítulos infumables de la obra maestra total -the wire- o te recrearas masturbando neuronas en algún lodazal de true detective. esta serie es para echar el rato, sin más. ni menos. la factura es impecable y no se le puede negar el «pasan cosas todo el rato» que tanto adoramos de spielberg (sea el spielberg setentero, ochentero, noventero o millenial). algún prejuicio similar al ente que recorre el organismo de will se te coló antes de tiempo. un saludo.
noviembre 15, 2017
Una serie con tanta nostalgia ochentera produce sueño y terminas echando la siestecilla en cada escena de Nancy.. Me ha sucedido lo mismo con la 3a de Narcos y eso si que no se lo perdono al patrón Netflix
noviembre 18, 2017
¿Qué pasó con el extenso comentario que escribí hace unos días? Un saludo. Y venga hasta luego.
noviembre 20, 2017
Menos mal que no tienes credibilidad ni criterio ninguno.